martes, 25 de febrero de 2014

Versos que inspiran un relato de fantasmas

Relato de Tamara Pérez (3º de ESO).
Teño a certeza 
de que toco algo que me ve.
E eu sen ollos cos que poder miralo.   
                                       Eva Veiga.




jueves, 20 de febrero de 2014

Imágenes sugerentes II


Relato de María Abella Otero (2º BAC):
     Eran casi las doce de la noche cuando dobló la esquina. Nadie se había cruzado en su camino desde hacía ya casi una hora. Sin embargo, al doblar la esquina se encontró frente a frente con un enorme cuervo. Un cuervo negro. Pero no era un cuervo negro normal. Este tenía unas plumas brillantes y limpias; y sus ojos se clavaban como dos agujas en ella. No pudo evitar detenerse para observar la majestuosa ave. Se encontraba posada sobre una farola, una vieja y oxidada. Por debajo de sus patas sobresalía algo de musgo, fruto de la humedad que asolaba aquella desprotegida zona. Pero el ave parecía no darse cuenta de nada. Ni del oxido, ni del musgo, ni de la llovizna que empezada a caer. Solo tenía ojos para ella. Se quedó un rato mirándolo, pero al ver que la lluvia parecía ir a más reanudó apresuradamente su paso.
     Sentía los pies fríos y húmedos, y se dio cuenta de que el agua comenzaba a penetrar sus botas y a empapar sus calcetines. Entonces se detuvo bajo un soportal. Quizá había metido su paraguas en el bolso, lo cual le sería muy útil para llegar a casa sin coger una pulmonía. Metió la mano e intentó a tientas descubrir algún resto de su paraguas. Sin embargo, no fue capaz de encontrarlo. En tanto, la lluvia continuaba cayendo incesantemente. Cada vez lo hacía con más fuerza, y comenzaba a estar aterida. Decidió quedarse allí hasta que el tiempo mejorase, y se ajustó la bufanda para proteger su cuello del mal tiempo.
     Entonces apareció. En una de las ramas más gruesas del árbol de la acera, un cuervo se posó lentamente. No es fácil distinguir un cuervo de otro, pero ella estabas segura de que no era la primera vez que veía a aquel. Lo había visto hacía ya un rato reposando en una farola. Se lo decían sus ojos. Sus ojos negros e incisivos. La lluvia y aquel animal la estaban empezando a poner nerviosa. Intentando que no se le cayera el contenido del bolso al suelo, se lo colgó al hombro y decidió continuar su camino.
Tan solo unos minutos después de caminar bajo la incesante lluvia, un tremendo estruendo le desgarró el oído. El cielo bramaba. Bramaba como pocas veces había visto hacerlo. Poco después una intensa luz penetró en sus ojos. La tormenta estaba cerca. Decidió que lo mejor sería correr hasta llegar, visto que el tiempo no parecía facilitar la travesía. Pero no era fácil hacerlo con aquel calzado, y no pudo evitar tropezar con un agujero. Cayó de bruces al suelo y se rasgó todo el pantalón. Tras recomponerse del susto, se incorporó lentamente e hizo ademán de recoger sus pertenencias, ahora esparcidas por toda la calle empedrada, mojándose incesantemente.
     Pero algo le hizo cambiar de opinión. Un cuervo aterrizó entre sus cosas. Momentáneamente se olvidó por completo del bolso y su contenido y echó a correr, tan rápido como sus maltratadas piernas le permitieron. La tormenta no amainaba. Los rayos se sucedían atropelladamente y la lluvia golpeaba los cristales de las viviendas. Ni una sola luz asomaba ya por las envejecidas farolas. El único ruido procedía de los gritos del cielo y de las ramas de los árboles, que comenzaban a notar los efectos de un incipiente viento.
     Siguió corriendo hasta doblar la esquina. No se había cruzado con nadie hacía ya casi una hora. Sin embargo, al doblar la esquina se encontró frente a frente con un enorme cuervo. Un cuervo negro. Pero no era un cuervo negro normal.

miércoles, 19 de febrero de 2014

Imágenes sugerentes I



Relato de Alejandro M. C. (3º ESO): “Sin cabeza y sin nadie”
     - Pues por culpa de eso es como acabó así Juan…
     Bueno, empezaré contando la historia por el principio.
     Érase dos años atrás. Juan, un niño de 15 años tenía problemas en casa y eso se transmitía a su vida social y en el colegio.
     Juan era alto y delgado, tenía el pelo azul; él decía que eso remarcaba su personalidad; era un chico con muchos rasgos y forma de ser característicos.
     Vivía en una familia con pocos recursos económicos. Su piso estaba en el centro de Santiago, era un piso pequeño. Allí vivía con sus padres y su hermana Lucía. Su vida en casa no era fácil porque su padre era un delincuente y su madre no le hacía caso. Estaba solo en la vida.
     Juan no sacaba muy buenas notas, pero siempre trabajaba en clase y hacía los deberes. Fue así hasta el verano de hace un año, cuando hizo unos amigos un poco especiales: robaban, fumaban, bebían, estaban metidos en el mundo de las drogas. Juan, al principio, no quería ni fumar, ni beber, ni nada, pero claro, al final, lo liaron.
     A los tres meses, en noviembre, empezó a pasar droga. Como veía que ganaba dinero no paró hasta que un día, la droga que tenía que pasar la consumió. Tenía un valor de 51.000 euros y como no tenía dinero, no pagó.
     La gente a la que tenía que pagar esperó pero al final, a los ocho meses, lo mataron, le cortaron la cabeza y lo pusieron con las piernas hacia arriba en el jardín de su casa con una carta para sus padres diciendo: “Si no pagáis lo que debéis vuestra hija sufrirá mucho. ¡Tenéis dos semanas!
     Pero en esa casa ya no vivía nadie. La madre se había fugado, y el padre estaba en la cárcel, y ahora su hija está conmigo, su abuelo.


 Relato de Martín G. P. (3º ESO): “El hombre reflejo”
     Aquel día me había levantado temprano, como de costumbre. Había hecho mis tareas y en el tiempo que me había sobrado, había ido a dar un paseo.
     Me puse la chaqueta y salí de casa. Caminé por un sendero hasta alejarme un poco del pueblo. Llegué a un río, en el que en verano pescaba truchas, y me senté sobre una piedra de la orilla.
     Pasó un rato y emprendí el camino de vuelta a casa. Caminando por el sendero vi tirado a un lado un collar. Lo cogí y lo contemplé detenidamente. El collar era de platino y tenía una calavera de oro. A mí desde siempre me había gustado lo gótico y lo relacionado con la muerte. Me lo metí en el bolsillo y regresé a casa.
     Pasaron las horas y llegó la noche. Antes de irme a dormir saqué el collar del bolsillo de la chaqueta y me lo coloqué en el cuello. Me lavé los dientes y me fui a dormir.
     Esa noche no tarde mucho en caer dormido y las tres primeras horas dormí como un tronco.
Sin embargo, en mitad de mi sueño surgió una pesadilla, que duró hasta el amanecer.
     La pesadilla fue horrorosa. Viví dormido una horrorosa situación. Estaba yo en el infierno en una gran sala. Sentado en la silla de los acusados. Me acusaban de haberle robado el collar a la Muerte, dictaron sentencia y me condenaron. La condena consistía en que a partir de aquel momento solo sería una sombra.
     Yo pensé que era una simple pesadilla, pero al día siguiente, cuando me fui a mirar al espejo, no vi mi reflejo, no vi nada. Bajé corriendo las escaleras y fui junto a mi madre, quien no reaccionaba a todo lo que yo hacía.
     Volví a mi cuarto y al abrir la puerta de donde había estado mi cuarto encontré una habitación vacía. Nadie se acordaba de mí. Era como si yo nunca hubiera existido.
     Desde aquel día vago campante por las calles sufriendo solitariamente mi dolor y pena perseguido por los cazafantasmas que intentan descubrir el por qué hay una sombra que vaga por el país.